Resurgiendo de mis cenizas

Resurgiendo de mis cenizas 

Día 1

Muchas veces me pregunto cual es el principio perfecto de una historia y siempre me acabo contestando que todo depende de los ojos que la lean o las manos que la acaricien.
Puesto que son mis ojos los que esta leen, mis manos la que la escriben, mi vida la que explico y mis sueños los que aquí descubro, creo haber encontrado el principio perfecto.

Hola, me llamo Sofí y esta es mi historia...
A mis 30 años echo la mirada atrás y veo lo cobarde, insignificante, inútil... que fui o me hicieron ser. En una familia donde el machismo existía a la orden del día, la mano dura estaba presente día sí, día también y mi padre se "ganaba" nuestro respeto a base del miedo y las amenazas, mi carácter tímdo, apocado, donde el respeto a los demás y loque me rodeaba había nacido en mi el mismo día que las manos de un médico me arrancaron del vientre de mi madre, el pensamiento de que la gente pudiera ser mala no cabía en mi y ello me impidió ver durante mucho tiempo la realidad, y revelarme ante aquellos que "no me querían".
- Demasiado confiada. - Me decía mucha gente.
Confundí el respeto con el miedo y eso convirtió mi vida en una enorme montaña casi imposible de escalar.
Sí, he dicho casi por que de alguna manera, entre temores, vergüenza y lágrimas, decidí seguir los dos mejores consejos que me dio mi madre, en un principio de manera sutil, pero ahora con más convicción que nunca.
Ella siempre decía: Cuando quieras conseguir algo piensa que el NO ya lo tienes, lo único que te queda por hacer es luchar por el SÍ, y pienso que lo único imposible en esta vida que no toca vivir es evitar la muerte, y eso aún tengo que discutirlo con San Pedro.
De mi infancia poco puedo explicar, pues fue más o menos como la mayoría, con el agrabanta que conlleva ser la pequeña de cuatro hermanos, y la única chica.
No fue hasta que alcancé los trece años y cambié mi lugar de residencia cuando el velo que me había o habían puesto delante de los ojos fue cayendo, y poco a poco me dí cuenta que el padre adorado que creía tener, no lo era.
Cuando una es niña la ingenuidad no nos deja ver, pues todo debe ser como en los cuentos de princesas. Pero al crecer, la manera de observar el mundo va cambiando y ese cambio hizo que me convirtiera en un chica increíblemente introvertida, solitaria dirían muchos.
Es ahora cuando mi verdadero yo ha surgido de las cenizas que muchos se obcecaron en destruir, cuando he descubierto que me temían, temían que creciera como persona independiente, los rechazara por sus malas artes y destruyera con mis férreos principios.
Y es aquí y ahora que decido explicar lo malo de mi vida y como de eso conseguí obtener muchas cosas positivas, lo que me hizo estar aquí y no bajo tierra, como quise en ocasiones, y si es menester, ayudar con mi testimonio a todas las personas que hayan vivido o están viviendo algo parecido.
Como siempre digo,"como el ave fénix resurgiré de mis cenizas más fuerte que antes".



Día 2

Esta noche, de regreso a casa después de una largo y aburrido día de trabajo, y la clase de inglés, los ojos se me han llenado de un líquido salado que luchaba por salir, mientras aferraba el volante de mi pequeño coche con más fuerza de lo normal.
Mientras observaba el anochecer, envuelta en un hermoso paisaje campestre en plena primavera, y en la radio sonaba una bonita canción de Rihanna, un doloroso recuerdo reapareció en mi mente. Justo aquel recuerdo que me hizo abrir los ojos ante la realidad de mi padre, el recuerdo que hizo que comenzara a querer ser completamente invisible.

Una noche, no recuerdo muy bien el motivo solo que yo era la excusa, comenzaron los gritos. Lo único que pude hacer fue encerrarme en mi pequeña habitación y llorar al sentirme culpable de lo que estaba sucediendo. Pero aquella discusión no fue como las demás, aunque no entendía entonces qué la hacía diferente.

Los gritos cesaron, dejando paso a un largo silencio hasta que mi padre abrió, nervioso, la puerta de mi habitación.

- No encuentro a tu madre, ayúdame a buscarla.

No tuvo que decírmelo dos veces. La buscamos fuera de casa durante más de una hora sin conseguir nada. Me llegué a creer la preocupación de él.
Cuando volvimos a casa no fui capaz de quedarme esperando y la busqué por esta. La encontré sentada en las escaleras que llevaban a la piscina (eso era lo que él la había buscado). Sus ojos estaban húmedos, escondidos tres una falsa sonrisa al darse cuenta de que estaba allí. Puede que fuera una cría, pero tenía ojos. Su pelo enmarañado y su labio ligeramente partido, y aún con rastro de sangre, me dijeron a las claras lo que había pasado.
Después de todo esto pasó una semana durmiendo conmigo y yo pidiéndoles que lo dejara.

- No puedo, cariño. No tengo trabajo. Dependemos totalmente de él.
- ¿Y mis hermanos para qué están? Ellos pueden ayudarnos.
- ¡Ellos no deben saber nada! No quiero ser una carga. Prométeme que no les dirás nada.

Me fue imposible negarme al ver aquel enorme dolor grabado en sus ojos. Me invadió la impotencia y la culpabilidad por ser una carga para ella (al menos eso era lo que yo creía, pues ahora soy madre y un hijo no es ninguna carga sino lo que nos hace seguir hacia delante). 
Es ahora que se lo que podía haber hecho y no hizo por... aún no tengo claro el por qué.
Con el tiempo descubrí que aquella no había sido la primera vez, pero por lo que observé durante años, aunque no puedo poner la mano en el fuego, sí la última.
Es muy probable que fuera en aquel momento, de manera inconsciente en un primer momento, que tomara la decisión de no permitir que ningún hombre me hiciera eso.
Suele decirse que una chica busca en su pareja a alguien semejante a su padre, pero puedo asegurar que ese no fue mi caso.
Doloroso recuerdo este, que podía haberme convertido en una mujer maltratada si hubiera seguido el patrón, pero siempre se tiene la opción de no seguirlo y esa fue mi primera decisión importante. Ser feliz costara lo que costara.



Día 3

Imaginad que estáis en vuestra habitación, estirados en vuestra acogedora cama, mientras sobre vosotros se dibuja un ínfimo punto negro que poco a poco se va haciendo cada vez más grande, hasta el momento de convertirse en un enorme agujero negro que intenta absorberos. 
Os aferráis al colchón como si la vida os fuera en ello pero sentís que las fuerzas se os escapan de entre los dedos sin remisión, y decidís que lo mejor es no intentar evitar lo inevitable.
Pues así era como me sentía cuando cumplí los dieciséis, y el agujero que veía era cada vez más grande, y lo que sucedía a mi alrededor lo ampliaba milímetro a milímetro, gritándome "ríndete ya, tus esfuerzos serán inútiles. Los demás no te echarán de menos pues no le importas a nadie". Esas ´palabras martilleaban mi cabeza con más fuerza a cada día que pasaba.
Muchos achacaban mi desánimo constante y malhumor a lo que vulgarmente es conocido como "la edad del pavo", pero desde hace mucho dejé esa etapa atrás y en ocasiones, sin saber porque motivo, o no queriéndolo ver, vuelve a mi ese desasosiego, esa pena, ese dichoso agujero.
En muchas ocasiones, con esa edad, creía que lo más fácil hubiera sido quitarme del medio, dejar de sufrir de aquella manera, de ser una total incomprendida dentro de una familia y totalmente invisible en mi "grupo de amistades". 
Cuando uno se vuelve adulto olvida como se sentía al ser adolescente y eso es algo que nadie, y menos los padres, debería hacer.
La diferencia de edad que me separaba de mis padres era tan grande que aún lo hacía más difícil, y el hecho de mis estrictos horarios y de no querer gastar demasiado dinero en mi, (cosa que no les hubiera supuesto ningún sacrificio) me lo hacía todo más difícil, más solitaria.
Volviendo al agujero negro que se había posado sobre mi persona se me hacía cada vez más duro seguir adelante, sentía que no había nada que valiera la pena no nadie que me echara de menos si yo ya no estaba. Más de una vez lo intenté pero no pude y me sentí como una cobarde.
Los años han pasado y ese agujero se ha hecho más pequeño, y aunque aún lo tengo pisándome los talones, susurrándome que debería tirar la toalla, ahora, mejor que nunca, entiendo que en aquel momento en que mi universo estaba girando a demasiada velocidad, no fui una cobarde ya que cobarde es darse por vencida, cobarde es aceptar el veneno de las bocas de otros por pensar que son más fuertes que nosotros.
Pues nuestra fuerza no debe provenir de fuera, de lo que nos envuelve, aunque no se puede negar que son una buena dosis de energía. No, la fuerza crece dentro de nosotros y si vamos alimentándola llegará el día que miremos ese agujero negro de frente, valientes, sin miedo alguno y a sabiendas que está ahí, no consiga mover un solo pelo de nuestra cabeza.
Decidí no darme por vencida, aparté esos asquerosos nubarrones negros ( puede que sea dura la palabra usada pero es la más adecuada), y dejar que se acerquen aquellos que de verdad me quieren. No hay mejor camino que es de la lucha personal en la que me hago más y más fuerte, y eliminar de la ecuación aquel lastre que pretende hundirme.
El pasado atrás quedó, el presente disfrutémoslo y el futuro escribámoslo, agujero incluido pues nos hará fuertes.



Día 4

¿Por qué? ¿Por qué no soy capaz de creer realmente en mi? ¿Por qué siento la obligación de demostrar a los demás que soy increíblemente feliz cuando me estoy rompiendo por dentro?
Me siento agotada de demostrar a los demás lo que no siento en realidad, ya que realmente ni yo misma se qué me pasa, y estoy arta de esos "clixés" sobre mi espalda. "Eres mujer", "es normal ser débil", "tus hormonas están revolucionadas", "son normales los cambios de humor en la mujer".
¡¡¡NOOOOO!!!
Me niego, me niego a reconocer esos "clixés" sobre mi. Sí, soy mujer. Sí, mis hormonas me cambian el humor (solo un par de días, no todo el mes), pero por el hecho de ser mujer no tengo problema. No, me siento sola, por mucha gente que haya a mi alrededor. Me niego a que la gente sienta pena por mi por el hecho que caiga una lágrima por mi mejilla. ¿A caso saben a que es debida? No, realmente no les interesa. A la mayoría solo les interesa acallar su conciencia y con una palmadita en la espalda lo tienen solucionado.
Las lágrimas que años atrás caían a raudales ahora no dejo que se es escapen, no quiero compasión. ¿Estaré haciendo bien?
Desde que tomé esa actitud, creyendo que de esa manera me haría más fuerte, que dejaría de dolerme lo que otros me hacían, lo único que he conseguido es volverme más fría y perderme más de lo que estaba antes. Siento que mi corazón no late como lo hacía antes, ya que por muy maltrecho que estuviera, siempre había calor en él. Nada me importa aunque los demás no lo vean (no les dejo), y eso me entristece más. Me siento metida en un pozo que yo misma escarbo por no saber que hacer.
Han pasado los siglos y el lugar que ahora ocupamos las mujeres como yo ha cambiado, siendo iguales a los hombre. ¿Realmente alguien cree eso? Yo no, porque peleamos y peleamos creyendo conseguir sin conseguir nada. Trabajando sin descanso fuera y dentro de asa para demostrar que somos iguales a ellos cuando lo que hacemos es trabajar el doble. ¿Por qué excavamos ese pozo del que no sabemos salir? No, no somos no seremos como ellos. ¿Realmente queremos?
Se acabó, después de muchos años, poco a poco y herida tras herida he comprendido que no soy ni quiero ser como ellos. No me cuelga nada entre las piernas. Y por ello no tengo la obligación de demostrar, a ellos ni a nadie, quien soy. Pero no por ello soy inferior ya que no es un pene o una vagina lo que somos o quienes somos. Es nuestra alma, nuestro corazón y lo capaces que somos como personas individuales o en grupo (la parte más difícil). Es el no juzgar sin más lo que nos validará como personas. 
Sí, soy mujer. Sí, necesito llorar y gritar a pulmón sin que por ello de pena. Sí, necesito volver a sentir, necesito salir del maldito pozo que a ningún lugar me lleva. Necesito por primera vez agarrar las riendas de mi vida, sujetarlas con firmeza, detenerme unos segundos para pensar (cosa que las mujeres hacemos bien, aunque en ocasiones en exceso), y tener claro hacia donde deberán ir mis pasos.
Se que en algún momento de mi, espero, larga vida, volveré a coger una pala y excavar, convirtiendo un pequeño agujero en un enorme pozo. Habrá gente que quiera echar tierra en ese pozo mientras esté en él, y otros que alargarán su mano para ayudarme a salir. Pero solo yo, única y exclusivamente yo, seré la que decida que debo hacer.
Rendirse es tan fácil, tan tentador.
Ya he decidido y he decidido aprender a pelear, a no conformarme, dejarme ver, demostrar quién soy. He decidido volver a llorar, ya que esas lágrimas dejan salir el dolor pero al mismo tiempo pueden llenarme de felicidad, de descanso, de paz.
¿Cuando aprenderemos a ser quienes realmente somos y no quien otros quieren? Si realmente consigo la felicidad podré hacer feliz a los que me quieran... Y a los que no, que les den.



Día 5

No se si es algo normal que el pensamiento de desaparecer de la vida terrenal, dejar de existir en cuerpo (no se si en alma también) desde que soy realmente consciente de mis pensamientos, que más o menos llegaron con el inicio de la adolescencia (dichosa edad del pavo que nos obliga a tener altibajos y nos hace creernos poseedores de la sabiduría absoluta), unos pensamientos que posiblemente todos hayamos tenido y pocos tengamos el verdadero valor de reconocer.
¿En qué lugar me coloca seguir teniendo, por suerte en menor cantidad, esos pensamientos? Nadie puede negarme, si se piensa lentamente, que una fabulosa posición. ¿Por qué? Fácil, porque sigo teniéndolos y no los he llevado a cavo. Aunque ese oscuro pensamiento llega a mi mente, no solo se apodera de ella, se apodera de todo lo que soy incluyendo la parte física, pues mi cuerpo queda agotado. El pecho vive una opresión constante queriendo estallar en cualquier momento, teniendo que ocultar mi mirada tras los cristales oscuros de una gafas de sol por miedo a que alguien pueda darse cuenta del lago de lágrimas que en ellos se almacenan, desbordándose en aquel momento en el que el pecho no soporta más la presión, y uno de sus mejores punto de fuga son aquellas ventanas que nos dejan ver aquello que nos gusta, una vida que me asfixia por no saber de qué manera conseguir aquello que anhelo, adaptada a algo a lo que me agarré por salir de un estado de soledad e indefensión constante. Creyendo que por fin sería acunada, protegida y no todo lo contrario, incrementándose mi soledad y dos batallas abiertas 24 de 24 horas, la interna y la externa.

Los pensamientos oscuros iniciado hace ya tantos años que prefiero no recordar. Momentos horribles de mi vida en los que necesitaba a aquella parte de mí que me faltaba para estar completa, para notar que solo con la mirada de esa persona mi alma se siente arropada de cualquier tormenta que pueda aparecer.
Creí por un momento que la había encontrado, pero cuando uno sube muy alto creyendo que la persona que la sujeta es la mitad que le faltaba y te das cuenta que no es así, por sus actos, por sus palabras, la leche que te das al caer es de tal magnitud que sientes que ahí debe acabar todo, que nada vale la pena. Una se harta que en su vida el sol brille por su ausencia. Y que más da lo que crean los demás si cuando comiencen a opinar ya no estaré aquí.
Pero siempre dicen que una moneda tiene dos caras (como muchas personas) y cuando mi moneda caía siempre por la cara oscura, la mala, la oxidada o como quiera llamársela, es porque no tenía opción para la otra. Solo en aquel preciso instante en que retumbé contra el suelo después de una larga caída y sentí como me rompía en mil pedazos vi algo, vi un leve chispazo, un ligero reflejo, algo que se parecía a...luz.
Algo en mí que dormitaba se despertó, aquel horrible golpe logró que entendiera que daba igual el resto del mundo, que ellos no podían decirme quién y como era, que no debía acobardarme por desear imposibles pues solo era imposible si no lo intentaba, que no debía vivir esperando esa parte de mi que me faltaba, pues entonces no podría vivir jamás. Entendí que yo soy yo le pese a quien le pese, o como siento, le joda a quien le joda. Hay que ser correcta, sí, pero no a costa de desplazar lo que siento por lo que sienten los demás, por miedo a que me rechacen, ya que si me rechazan no pierdo yo sino ellos la posibilidad de conocerme de verdad y no aquello que aparento (las apariencias son asquerosas para los buenos y los malos).

En este momento y tras una batalla colosal, por fin empieza a ser quien quiero ser y no quién debo solo por recoger migajas de cariño y protección. No quiero decir con esto que no sienta de vez en cuando esos pensamientos oscuros, el deseo de dejar de sentir, pero ahora he descubierto como pelear contra ellos, con mucha cabezonería, por demostrar a todos aquellos que me juzgaron mal, débil, que podían hacerme o decirme todo aquello que se les antojara, aquel momento había acabado y una guerrera se había despertado.
Es fácil rendirse a lo malo y costoso pelear por lo bueno, pero hay que dejar unos segundos la mente en blanco, respirar profundamente y pensar: "No hay nada que nos llene de una luz más cálida y protectora que aquella que nos muestra el camino, mientra luchamos por llegar allí donde queremos y siempre que estemos dispuestos a ver." 


Día 6

No estás. No te veo. No te siento. Te has ido y las lágrimas se amontonan en mis ojos, pero no quiero dejarlas salir. No quiero sentirme débil.
Durante mucho tiempo creía y sentía que no sentía, que daba igual si te tenía a mi lado o si desaparecías. Estaba segura que tus actos habían congelado mi corazón, tu menosprecio, tu indiferencia durante años.
Intestaste hacerme ver que todo cambiaría y lo hiciste, pero yo ya no sentía, estaba vacía, sentía la indiferencia que me habías mostrado y comenzaba a sentir miedo.
¿Volvería, algún día, a notar como mi corazón se aceleraba solo por tenerte cerca? ¿Sentiría de nuevo aquel hormigueo entre las piernas solo con que me rozaras?
No, estaba convencida de que no.
Y ahora no estás. Y día a día me voy dando cuenta que te necesito, que te ansío, que te quiero.
Pensé que no volvería a sentir y fue con tu marcha cuando mis sentimientos explotaron, cuando ansié vivir aquellos momentos que no vivimos, que perdimos por mi ceguera, mi encierro..., mi maldita estupidez. ¡Idiota, idiota, idiota! No logro encontrar otro adjetivo para mi. 

Ahora solo pienso en el momento en que volvamos a estar juntos y entonces echaré a bajo esos muros que día a día fui levantando para dejar de sentir dolor y que al mismo tiempo no me dejó ver todo el amor que me dabas, la protección que querías que sintiera.

Reconociendo tus errores e intentando poner remedio. Uno que te exigía y no admitía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario